Por Fergal Parkinson, Cofundador y Director de Análisis TMT
Existe un curioso conocimiento mutuo entre los estafadores y sus víctimas.
Los estafadores saben que cuanto mayor es la edad de la víctima, más susceptible es de caer en un truco de confianza cuidadosamente elaborado, ya sea revelar los datos de su cuenta creyendo que está hablando con su propio banco o apropiarse sin querer de su cuenta telefónica.
Pero, en lugar de ser sus víctimas involuntarias, hoy en día las personas mayores son cada vez más conscientes de que son el grupo con más probabilidades de convertirse en objetivo de los estafadores. Saben que los estafadores están ahí fuera y saben que son personalmente vulnerables a ellos.
Casi se le podría convencer de que lo ve todo como un arreglo benigno del yin y el yang en armonía con la naturaleza, como Lord Attenborough observando a los leones y los ñus en la sabana. Casi, pero no del todo.
Porque entonces te acuerdas del cinismo sin fondo de los estafadores, de su determinación implacable de olfatear la debilidad y robar a quienes la muestran, sin importar el coste devastador para sus víctimas. Son más viciosos a su manera que esos leones.
Pero el hecho de que sus víctimas potenciales sean conscientes de su amenaza es algo relativamente nuevo: años de publicidad de alto nivel sobre la prevalencia de estos delitos han educado a personas de todas las edades a un nivel que simplemente no existía antes.
Por ejemplo: el programa de la BBC Rip Off Britain (Estafa a Gran Bretaña), con Gloria Hunniford y Angela Rippon, destaca las estafas y trucos a los que hay que estar atentos, y Strictly Come Dancing está a punto de comenzar su última salida anual y entre los concursantes se encuentra la presentadora de televisión Helen Skelton. Ha contado públicamente que le robaron 70.000 libras esterlinas de su cuenta bancaria tras dejarse engañar por una persona persuasiva, lo que le costó la vida.
Historias como ésta aparecen ahora con tanta regularidad y son tan frecuentes en los medios de comunicación que han calado en el público en general de tal manera que la concienciación sobre el riesgo es mayor que nunca.
Y la mera prevalencia de estos delitos -sólo el coste del fraude para la economía británica es de 190.000 millones de libras al año- también significa que cada vez más personas conocerán personalmente a una víctima.
Todo ello se suma a una situación en la que la concienciación sobre los riesgos es, sin duda, mayor que nunca en las personas mayores.
Además, hay otro factor relativamente nuevo: el grupo de personas mayores que no se conectan a Internet está disminuyendo hasta el punto de ser insignificante. Las personas que reciban su pensión estatal en 2022 apenas habrán superado la treintena cuando Internet se generalizó, por lo que no se trata de algo nuevo para ellas: no son reacias a Internet, como casi con toda seguridad lo era la generación anterior de personas mayores. Utilizarán la red para comprar, para realizar operaciones bancarias, Facebook para mantenerse en contacto con sus hijos y todo lo demás. La pandemia no hizo sino acelerar una tendencia que lleva a más gente a conectarse a Internet.
Sin embargo, en el mundo comercial existe la percepción de que los consumidores de más edad, que son los que más probabilidades tienen de convertirse en objetivo de los estafadores, también se resisten al cambio: no tienen tanta confianza en las soluciones de seguridad tecnológicas como los consumidores más jóvenes, por lo que pueden asustarse: «¿Por qué tengo que cambiar continuamente de contraseña?», «¿Por qué me pregunta por mis preferencias de datos?», etc.
De hecho, un estudio realizado por TMT muestra todo lo contrario: cuanto mayor es la edad del cliente, más receptivo se muestra a escuchar mensajes tranquilizadores sobre las medidas de detección del fraude. En nuestra encuesta descubrimos que dos de cada tres personas mayores de 55 años tienen más probabilidades de ser clientes de un proveedor de servicios financieros si éste deja claro que cuenta con un proceso de solicitud sólido. Se trata de una demanda superior a la media del 59% de los clientes de todas las edades. El consumidor de más edad quiere estar protegido.
La buena noticia desde el punto de vista de la detección del fraude es que la percepción de las personas mayores como resistentes al cambio es muy cierta cuando se trata de conservar o cambiar su número de teléfono móvil. La inmensa mayoría de ellos no quieren las molestias que conlleva un nuevo número y harán el esfuerzo de transportar el antiguo al cambiar de cuenta, si es que se molestan en hacerlo.
Volvamos al estudio de TMT: dos tercios de los encuestados tienen el mismo número de móvil desde hace al menos cinco años. Y la mitad de ellos dicen que preferirían cambiar su cuenta bancaria antes que su número de teléfono.
Desde nuestro punto de vista, como especialistas en seguridad, esto nos da una ventaja inmediata y enorme en la batalla por detectar el fraude y prevenirlo antes de que se produzca: nuestro conocimiento de miles de millones de números de teléfono nos permite detectar actividades inusuales y señalarlas en un instante.
Esto da a las personas mayores una enorme tranquilidad: nuestras empresas clientes pueden evitar que se conviertan en víctimas. Y pueden tranquilizarles asegurándoles que si caen presa de una estafa en la que se produzcan movimientos de dinero inusuales, su proveedor se dará cuenta mucho antes que ellos. Y basta.
Todo lo que hemos aprendido sobre este grupo de edad en nuestra investigación sugiere que esto es lo que quieren oír, y que estarán mejor dispuestos a comprometerse con las empresas que se lo digan.